Validación en Arte y Ciencia
En el escrito anterior
traté de destacar los parentescos entre arte y ciencia en lo relativo al uso de
la imaginación creadora. Ambas ‘imaginaciones’ se encaminan a sus objetivos,
sobre la base de actitudes similares. En los dos casos, como decía, la
imaginación se nutre de la libertad para decir no, a lo que precede, y de la
libertad para aventurarse en el ¿por qué no? de lo que puede estar por delante.
Sin embargo hay un punto importante que marca fronteras entre esos
comportamientos, vale decir, los procesos científicos y los procesos
artísticos. ¿Acaso deben confundirse, aun desde sus posibles analogías?
Es notorio que solo
algunos rasgos del problema pueden tratarse en la dimensión de estos escritos.
Con todo, parece interesante asomarse a la comparación entre arte y ciencia, esta
vez, en cuanto al modo en que se validan
sus resultados.
Con esa expresión,
validar los resultados, me refiero a esto: ¿de dónde provienen las medidas que
dan la pauta respectiva de lo correcto o incorrecto de una teoría, una
hipótesis, una conjetura, un filme, una novela, una escultura? Más aún, ¿hay
maneras de medir lo correcto o incorrecto
de un filme, una novela, una
escultura?
Las hipótesis y las
teorías científicas deben coincidir, al menos, con dos factores. Uno de ellos
es la coherencia teórica que deben presentar las hipótesis respecto de las
teorías científicas contemporáneas aceptadas. Pero, si se las discute, deben
tener la capacidad de formular modos de comprobación de sus principios, aquellos
que representan una objeción para con las teorías vigentes, a las que apuntan
(modos teóricos y/o empíricos).
También se alude en
ciencias a la capacidad predictiva de una teoría y a la posibilidad de
comprobación de las predicciones. En resumen, salvo en el caso de las teorías
matemáticas (formales), generalmente las ciencias naturales y aun determinadas
ciencias humanas se validan con la realidad.
La validación, en
matemáticas no proviene de la realidad, de un concepto de verdad originado en
la realidad, sino del principio de coherencia interna (formal o lógico).
¿Qué cabe decir, por otra
parte, sobre la validación de los productos del arte? ¿Acaso las medidas para
validar el arte provienen, efectivamente, de la realidad?
Muchos ejemplos
artísticos y cientos de opiniones comunes parecen responder afirmativamente a
esta pregunta. La respuesta genérica
habitual , aún hoy, sería más o menos así: "una obra de arte es buena
cuando se parece a la realidad..." por lo tanto -siguiendo con un fácil,
pero falaz, silogismo- el valor de
esta obra X es alto
porque presenta situaciones que reflejan la realidad.
Insisto, aun cuando
muchas obras de diferentes disciplinas artísticas parecen cumplir su sentido en
la mímesis cercana a la realidad... el
valor de sus productos se encuentra más próximo a la validación que funciona en
matemáticas.
Digo esto no porque en
arte la cuestión sea un juego lógico de mera coherencia interna, sino porque la
autonomía de las obras respecto de la realidad referida (tanto como su valor
artístico) es independiente de esa misma realidad.
La excelencia no reside
en la capacidad figurativa demostrada por un artista. La independencia se hace
patente, aun cuando ocurra un acercamiento desde una representación
inmejorable.
Lo valioso del arte está
en su posibilidad de construir una versión de la realidad como síntesis,
símbolo, emblema… trátese de la representación figurativa o de la
representación abstracta. El valor del arte se juega en los pliegues donde se
oculta e insinúa a la vez el sentido, antes que en los significados exhibidos.
Significados que, por ejemplo, en el arte de tipo representativo tienen como
característica parecer que se parecen a
lo real.
¿Se han alejado, de este
modo, los mencionados territorios puestos en comparación, arte y ciencia?
Diré esto como propuesta
final para la reflexión: en el arte los pliegues están principalmente en su
lenguaje, en su modo de aludir a la realidad. A la vez, en el dominio de la
ciencia, los pliegues están en la realidad misma a la que apunta, cada vez más
compleja a juzgar por la riqueza interpretativa que pone en práctica la investigación
científica actual. El lenguaje científico es construcción, sí, de un lenguaje
interpretativo, pero sobre la base de una realidad que nunca se entrega de
manera transparente. Una realidad que abre una incógnita a continuación, o en
el seno mismo, de cada respuesta formulada.
De esta manera, el
sentido se oculta e insinúa, a la vez, como si se tratara del propio sentido
del arte, lo cual crea una fértil intersección entre ambos territorios.
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