domingo, 27 de junio de 2021

 

Fuente de la imagen: Pixabay, autor Tongchang

Avisos clasificados De la serie “Anecdotario de Buenos Aires”

 

De la serie “Anecdotario de Buenos Aires”

Margarita Schultz

Avisos clasificados

Volver a un mismo lugar es una forma de gobernar lo desconocido. La pandemia la había impulsado a caminar cada domingo hasta un parque más lejano a su casa. Ese era su regalo dominical, el parque extenso y añoso. Árboles de troncos oscuros y corpulentos, un lago bien cuidado, adornaban el lugar. Ella había bautizado uno de los bancos con este nombre: ‘desde aquí’. No era un nombre muy apropiado para un banco, tal vez, pero sí su punto preferido de observación, junto al agua y de frente al norte, lo que le aportaba plenitud de sol.  Árboles menores, patos blancos, un par de gansos y cisnes de cuello negro habitaban la pequeña isla vegetada del centro del lago. Ellos bajaban al agua a la hora de las visitas atisbando pequeños trozos de pan que les arrojaba algún visitante. ‘Desde aquí’ tenía una oportuna distancia respecto de la resonante avenida a su espalda. Todo ello hacía de ese lugar una bendición. Le gustaba arrebujarse en su abrigo en esas mañanas otoñales, cruzar los brazos, acomodarse el barbijo, cerrar los ojos y dejar que el sol hiciera su labor… El sol sembraba luciérnagas efímeras en el agua movediza.

Ella se impresionó la primera vez al sentir tan profundamente el deslizamiento silencioso de los patos. Iban en grupo con suma elegancia como si se desplazaran en una cinta transportadora; fue como una melodía ese desplazarse tan horizontal… un canto 'gregoriano' en movimiento.

Casi nadie allí a esa hora, y un adorado silencio.

 

Una de esas mañanas vio en el banco de al lado a un hombre que los franceses llaman “sin domicilio conocido”. Un hombre a toda evidencia en situación de calle. De vestimenta modesta, pero pulcra en su apariencia raída, pelo entrecano mal cortado pero no desgreñado, calzaba zapatillas descoloridas. El hombre no estaba desabrigado. Es lo que se podía ver de perfil. Él leía un suplemento de algún periódico que ella no consiguió identificar. De pronto, se acercó al extremo del banco más cercano a donde ella estaba; ella tuvo un instintivo impulso de apartarse, pero no se movió. Después de voltear una hoja, el hombre sacó del bolsillo del abrigo un lápiz gastado que casi se perdía entre sus dedos, y comenzó a marcar algo en el suplemento.

Ella retomó su estado de relajación placentera al sol. Cuando abrió los ojos, el hombre ya no estaba. ¿Había sentido inquietud respecto de ese hombre? ¿Y por qué? –se preguntó con leve sentimiento de culpa–. ¿Cuál será su historia, qué habrá perdido él en su vida?

El parque se poblaba de visitantes a la hora en que ella volvía…

La situación se repitió otras dos veces en los mismos bancos consecutivos. Y a la tercera, antes de regresar, ella se paró frente al sin casa con esta pregunta:

–Disculpe, ojalá no se moleste, tengo curiosidad ¿qué marca en el suplemento del domingo?

El hombre la miró fijo sin responder. Era difícil saber si estaba sorprendido por su abordaje o molesto por la interrupción de su tarea. Ella sintió incomodidad, ya estaba arrepintiéndose de haber hablado… Sin embargo, le sonrió y su sonrisa causó buen efecto. El hombre, aún sin decir palabra, le mostró una lista de ‘avisos clasificados’. Lo que él hacía era marcar ofertas de casas y departamentos en diferentes barrios de la ciudad. Trazaba un óvalo en algunas de esas ofertas. Finalmente, con voz ronca pero calmada le preguntó a la mujer: –“¿Usted nunca sueña con algo que quisiera tener?”

Allí concluyó el diálogo; ella solo levantó una mano a modo de saludo. El camino de regreso estuvo marcado esa vez por una mezcla de pena y resignación… Miraba de otra manera ahora los frentes de los edificios, los pisos pulidos y limpios, los cristales brillantes, el vacío espacioso de los hall de entrada, las plantas ornamentales en sus macetones.

Hubo una pregunta no proferida…  –¿Con qué sueño yo?