lunes, 6 de abril de 2015

ARTE Y CIENCIA III


Sobre relaciones entre arte y ciencia III

En el parágrafo II traté de destacar los parentescos entre arte y ciencia en lo relativo al uso de la imaginación creadora. Ambas ‘imaginaciones’ se encaminan a sus objetivos, sobre la base de actitudes similares. En los dos casos, como decía, la imaginación se nutre de la libertad para decir no, a lo que precede, y de la libertad para aventurarse en el ¿por qué no? de lo que puede estar por delante. Sin embargo hay un punto importante que marca fronteras entre esos comportamientos, vale decir, los procesos científicos y los procesos artísticos. ¿Acaso deben confundirse, aun mostrando analogías?

Es notorio que apenas pueden tratarse algunos rasgos del problema en la dimensión de estos escritos. Con todo, parece interesante asomarse a la comparación entre arte y ciencia, en cuanto al modo como se validan sus resultados. Con esa expresión, validar los resultados, me refiero a esto: ¿de dónde provienen las medidas que dan la pauta respectiva de lo correcto o incorrecto de una teoría, una hipótesis, una conjetura, un filme, una novela, una escultura?

Las hipótesis y las teorías científicas deben coincidir, al menos, con dos factores. Uno de ellos es la coherencia teórica que deben presentar las hipótesis respecto de las teorías científicas contemporáneas aceptadas. Pero, si se las discute, deben tener la capacidad de formular modos de comprobación de sus principios, aquellos que representan una objeción para con las teorías vigentes, a las que apuntan.

También se alude en ciencias a la capacidad predictiva de una teoría y a la posibilidad de comprobación de las predicciones. En resumen, salvo en el caso de las teorías matemáticas (formales), generalmente las ciencias naturales y aun determinadas ciencias humanas se validan con la realidad.

La validación, en matemáticas no proviene de la realidad, de un concepto de verdad originado en la realidad, sino del principio de coherencia interna (formal o lógico).

¿Qué cabe decir, por otra parte, sobre la validación de los productos del arte? ¿Acaso las referidas medidas para validar el arte provienen, efectivamente, de la llamada realidad?

Muchos ejemplos artísticos y cientos de opiniones comunes parecen responder afirmativamente a esta pregunta. La respuesta genérica sería más o menos así: "una obra de arte es buena cuando se parece a la realidad..." por lo tanto -siguiendo con un fácil, pero falaz, silogismo- el valor de esta obra X es alto porque presenta situaciones que reflejan de modo óptimo la realidad.

Insisto, aun cuando muchas obras de diferentes disciplinas artísticas parecen cumplir su sentido en la imitación muy cercana a la realidad... el valor de sus productos, la validación de sus obras se encuentran más cercanos a la validación que funciona en matemáticas. Y no en su alcance ‘imitativo’.






Naturaleza Muerta. ClaudioBravo (artista nacido en Valparaíso. 1936)
Imagen tomada del sitio: Muestra del Museo Nacional de Bellas Artes. Santiago de Chile)

Digo esto no porque en arte la cuestión sea un juego lógico de mera coherencia interna, sino porque la autonomía de las obras respecto de la realidad referida (tanto como su valor artístico) es independiente de esa misma realidad. La excelencia no radica en la capacidad figurativa-representativa demostrada por un artista. La independencia se hace patente, aun cuando ocurra un acercamiento desde una mímesis inmejorable.





Franz Kline: New York, N.Y., 1953
Óleo sobre lienzo. 79 x 51" (200.6 x 129.5 cm)
Albright-Knox Art Gallery, Búfalo

(http://www.campusred.net)


Lo valioso del arte está en su posibilidad de construir una versión de la realidad como síntesis, símbolo, trátese de la representación figurativa o de la representación abstracta. El valor del arte se juega en los pliegues donde se oculta e insinúa a la vez el sentido, antes que en los significados exhibidos. Significados que, por ejemplo, en el arte de tipo representativo tienen como característica parecer que se parecen a lo real.

¿Se han alejado, de este modo, los mencionados territorios puestos en comparación, el arte y la ciencia?

Diré esto como propuesta final para la reflexión: en el arte los pliegues están principalmente en su lenguaje, en su modo de acercamiento a la realidad. A la vez, en el dominio de la ciencia los pliegues están en la realidad misma a la que apunta, cada vez más compleja a juzgar por la riqueza interpretativa que debe poner en práctica la ciencia actual. El lenguaje científico es construcción, sí, de un lenguaje interpretativo, pero sobre la base de una realidad que nunca se entrega de manera transparente. Una realidad que abre una incógnita a continuación de cada respuesta formulada.
De esta manera, el sentido se oculta e insinúa, a la vez, como si se tratara del propio sentido del arte, lo cual crea una fértil intersección entre ambos territorios.

miércoles, 1 de abril de 2015

El cuchillo. Cuento


Se trata de la increíble historia de un carpintero de 50 años que quedó atrapado por el fuego en el paraje El Turbio. Con el cuchillo, le hizo señas a un piloto chileno que volaba sobre el lugar y fue rescatado. Un milagro en medio de la desgracia. (Fuente: Diario San Rafael)





El cuchillo

Margarita Schultz



Estaba clavando el último tablón del refugio cuando comenzó a oler el humo. No era el conocido olor del carbón con el cual, más abajo y cerca de la ruta, los otros carpinteros preparaban sus asados de mediodía. Este olor a humo era diferente, olía a madera fresca. Recorrió con la mirada las cumbres boscosas en todas direcciones y entonces la vio, a espaldas del refugio que estaba construyendo.



Era una columna de humo que se dispersaba veloz desde la zona de las altas cumbres, donde los alerces antiguos y las araucarias, más antiguas aun, guardaban su postura de siglos.  Ahora las ramas superiores, en su verdor oscuro, se agitaban, movidas por el viento del atardecer y sacudidas por las llamas -ese otro follaje, rojizo y anaranjado.

La columna de humo ya se había hecho nube, y el estruendo del incendio conquistó el silencio, de costumbre ocupado por los pájaros y el rumor del follaje.

Intensos eran los quejidos de los árboles articulados como vociferantes protestas ante el fuego.

Rosendo, a sus cincuenta años, sabía de estas cosas. Sin perder un momento se sacó el pañuelo del cuello con el cual recogía el sudor producido por el trabajo esforzado. Lo sumergió en el balde y se lo amarró hacia atrás chorreando agua en torno de la nariz y la boca.



Sí, sabía de esas cosas, y que el humo en seguida podría desmayarlo y sería el fin. Su olor a carne quemada iría a sumarse a los sahumerios de los árboles vivos en destrucción… 

Se tiró de bruces sin mirar dónde. Algo le dolió en el abdomen, era el martillo que acababa de caérsele de las manos. Alcanzó a ajustarse el cinturón de trabajo, donde insertaba el martillo, donde siempre tenía su cuchillo de monte, regalo de su padre. Con ese cuchillo cortaba las lonjas de carne jugosa y la tajada de pan.



-Hay que salir de aquí!



…fue su certeza espontánea, y comenzó a arrastrarse sin piedad, buscando la senda de bajada, más despejada aunque agresiva por sus piedras y guijarros. Tenía ya las palmas incrustadas de piedrecitas y las rodillas a la vista por la rotura del pantalón. Por momentos se vio sumergido en la nube olorosa a bosque quemado. Nada veía, salvo los nacimientos de los árboles, raíces, hojas añejas.

Una liebre del monte escapaba del fuego a grandes brincos apoyándose en sus patas traseras. Los pájaros ya habían huído…

No se levantó de su posición reptante aunque ya la fatiga por ese desplazarse, lo tentaba. Debía bajar y bajar de ese modo y  tratar de encontrar el desvío hacia el lago Puelo, más amable que la montaña ruda.



-Si llego me salvo aunque tenga que mantenerme dentro del agua.



Algo se desplomó a un costado levantando a la vez una polvareda, eran unas rocas medianas, sacudidas por alguna raíz que no pudo contenerse en su sitio. No lo aplastaron por casualidad. Aguardó unos instantes paralizado por lo que pudo ser. Las esquivó rodeando el montículo en medio del polvo alborotado por la caída.

Por un momento pensó en despojarse de su cinturón, porque el cuchillo se le enredaba en las ramas bajas, pero la fatiga lo disuadió.



Continuó por una zona de zarzamoras,  pinchudas y lacerantes, pero no había cómo eludirlas.  Ni soñar de pasar por debajo de la maraña de ramas, hojas, espinas, moras pasas y moras por madurar.

La camisa parda se había manchado aquí y allá por la sangre de sus lastimaduras. Otro tanto el pantalón, deslucido por el tiempo.

Estaba insensible a toda cosa que no fuera ese humo envolvente, el ruido del crepitar y el fuego que avanzaba tenaz en todas direcciones. Ni dolor sentía en su afán por sobrevivir. Siguió. Llegó a un bosquecillo tierno, tapado de renovales. Yuyos frescos le brindaron su jugo con lo que pudo calmar un poco la sed al masticarlos.

La tierra, bajo su cuerpo de serpiente, había cambiado un poco el grado de sequedad. Lo gobernó la ilusión de estar cerca del lago. No aflojó el empeño y siguió arrastrándose por debajo de las ramas bajas, a escasos centímetros de la niebla de humo espesa. La humedad de su pañuelo se había secado, pero aun así le cubría la boca y la nariz.



-No tengo que respirar el humo, no tengo que respirar el humo.



La idea golpeaba su cabeza y aportaba energía a su cansancio.



Cuando llegó a la orilla arenosa del lago se puso a beber a sorbos medidos el agua helada, y se desplomó. illob﷽﷽﷽﷽ sobrevivir. Siguió. Lle maraña de ramas, hojas, espinas, moras muertas.







El piloto del avión hidrante levantó vuelo por tercera vez en ese día. Llevaba más de quince jornadas auxiliando a las cuadrillas que combatían el fuego del lado argentino. Descargaba su lluvia, que parecía inútil, muy cerca de donde continuaban cavando zanjas las cuadrillas de combatientes. El aeródromo estaba situado en una planicie bastante alta, al otro lado de la frontera. Pero la frontera era allí solo un nombre. 

El piloto debía hacer una amplia curva para encarar el aterrizaje entrando por la quebrada norte del pequeño valle. No había otra forma de acercarse.



Un relumbre, junto al lago, lo llamó desde abajo. Pensó primero que podría tratarse de piedras con mica, que relumbran con el sol. Pero la luz era muy amplia e intensa para ser micas, además, aparecía y desaparecía con un ritmo intrigante. Descendió un poco de costado para ver mejor, y entonces lo vio. Era un hombre postrado junto al agua, sobre la arena gris de la orilla, con una mano movía algo que brillaba al sol, a intervalos cortos.



Conectó la radio y dio aviso a las autoridades de Parques Nacionales. En pocas horas rescataron al hombre con un helicópero de gendarmería. Pese a estar junto al agua, estaba casi deshidratado, ojos hundidos, ojeras marcadas, barba crecida, lengua seca, sin fuerzas pero vivo.



-¿Qué comió durante los veinte días que estuvo perdido?, -le preguntó el periodista al entrevistarlo cuando lo bajaron directo a una camilla. Rosendo lo miró largamente sin responder.